martes, 6 de noviembre de 2007

El Palacio de Ahmelo


El Palacio de Ahmelo




Orestes Eibar no sabría decir con exactitud cuándo tuvo conocimiento de la existencia del Gran Siderio, morador, cicerone y guardián de las maravillas del palacio de Ahmelo, cincelado en el basalto de la cumbre más alta del Rai-Alac. El Abuelo de Orestes, allá, en las noches estivales de su ya perdida niñez, bajo la arcada celeste que soportaba el peso de las miríadas inquietas de estrellas, ya le hablaba del espectáculo que se observaba bajo la gran Cúpula Diamantina del palacio de Ahmelo: “Constelaciones que ningún ser humano de la Tierra ha contemplado jamás; nebulosas fantásticas que extienden su manto más allá del Pórtico de Sigfrido, iluminando la noche railiana con su peculiar y característica fosforescencia azul turquesa.”




Orestes recreó la figura sombría de los cuatro pináculos del palacio de Ahmelo recortando el perfil oscuro de la cordillera en la noche de Rai-Alac; estos circunscriben una cúpula de diamante desde donde Siderio, inmerso en la nocturnidad, observa el firmamento; ninguna de las constelaciones de la bóveda estrellada railiana había sido vista por humano alguno y Siderio hubo de enumerarlas para que algún día Orestes pudiera llegar a conocerlas: la Rae-Ahm, que en el idioma ancestral de Rai-Alac significa "la montaña de la diosa", la más grande de todas ellas -ocupa más de sesenta grados de arco en el cielo nocturno de Rai-Alac-, y en ella brilla la estrella más fulgurante del firmamento, Meriades, que sirvió de guía durante milenios a las caravanas de mercaderes que provenían del otro lado de la meseta y que, desprovistas de cualquier referencia visual en el Desierto Naranja, habían de caminar de noche, envueltos en la fosforescencia de las arenas y con la mirada puesta en ella; la Raifezh, a la derecha de Rae-Ahm, casi en el horizonte del Meridión, visible de manera completa sólo en los equinoccios; la Arcuhlea, la constelación del viajante; El Pórtico de Sigfrido, desde donde las viejas leyendas atribuyen la llegada a Rai-Alac de los cifirades (el pueblo de las estrellas) en tiempos inmemoriales. Siderio afirma que fueron los cifirades quienes construyeron el palacio de Ahmelo, pues este pueblo añoraba su procedencia estelar y, cada noche, desde la cúpula diamantina, oteaban el sistema de Las Tres Cifiros, lugar del cual provenían. El Pórtico de Sigfrido se encuentra sobre la Rae-Ahm, a su izquierda, y su estrella principal, la Cifiro Fezh, marca el norte celeste railiano, aunque los viajeros y navegantes siempre usaron Meriades como punto de referencia. Sin embargo, fue Siderio quien inoculó el veneno de la curiosidad en el alma de Orestes cuando le describió la belleza de las constelaciones más allá del Meridión, por debajo del horizonte de Ahmelo, en el lado sur celeste, donde la cúpula diamantina no tiene alcance. Allí –narraba Siderio- las noches son claras y tranquilas, las aguas de los mares no se agitan y auguran a los navegantes gratas travesías, siempre sopla la cálida brisa del Asterión. Más allá del Meridión es la Cifiro Arionte la estrella reina del firmamento; la única que permanece inmutable en éste, pues todas las demás son distintas cada noche, en una fantástica mutación que aturde y maravilla a los viajeros; de la belleza de sus cielos llegaban noticias de aquellos que volvieron de más allá de la Cordillera de Ahmlea.